jueves, 30 de mayo de 2013

EL ESTADO TEOCRÁTICO CALVINISTA DE GINEBRA Y EL ESPÍRITU DEL CAPITALISMO

En Ginebra se produjo un encuentro entre la ciudad y un hombre que tendría importantes consecuencias en la historia universal. La ciudad, situada en el cruce de las rutas comerciales, estaba en guerra con sus señores, el obispo y el Duque de Saboya: ambos obstaculizaban el desarrollo de su comercio y le apretaban el cinturón. Dada la situación, los ciudadanos pidieron ayuda a los suizos, quienes acudieron de buen grado e hicieron huir al obispo y al duque. Como el clero católico era considerado un enemigo, la ciudad adoptó la Reforma.


Dos meses después, el destino se presentó en la ciudad en la persona de Juan Calvino (1536).

Calvino era de Noyon, Francia, y había estudiado derecho; pero a través de sus escritos se había hecho un nombre como teólogo reformista. Creía en la predestinación (en el destino), es decir, en que desde el principio de la Creación Dios había predeterminado ya quién se salvaría y quién se condenaría. A primera vista, esta absurda doctrina parece decir que la moral no puede influir sobre el comportamiento humano, pues todo está escrito. Y así es desde el punto de vista tecnico; pero, desde el punto de vista práctico, dice más bien lo contrario:

puesto que obrar y vivir en el temor de Dios se interpreta como síntoma de que se es uno de los pocos elegidos, todos desean descubrir en sí mismos los signos de la gracia divina y obran convenientemente. La doctrina de Calvino era una especie de profecía que se cumplía a sí misma.

También tenía su propio sistema inmunológico: en caso de persecución, la constante preocupación por salvarse convertía la ascesis y la perseverancia en un signo evidente de que se estaba entre los elegidos. Hacía que el individuo desarrollara una conciencia moral elitista y que se sintiera parte de la comunidad de los santos. Quien perseguía a los calvinistas, los fortalecía. Ocurría lo mismo que en la paradójica amistad entre sádicos y masoquistas.

Cuando Calvino llegó a Ginebra, colaboró con el reformador Guillermo Farel, en trance de implantar un riguroso régimen moral. Contra él se rebeló el partido libertino (término que tomó el significado de desenfrenado o vicioso en la contrapropaganda de Calvino) y echó a los reformadores de la ciudad. El obispo católico regresó, y con él la arbitrariedad y la corrupción que tanto perjudicaban al comercio. Arrepentidos, los grandes comerciantes hicieron volver a Calvino y le transfirieron todo el poder.

Calvino se convirtió en una suerte de ayatolá protestante y fundó un Estado teocrático. Si la utopía se ha realizado en algún lugar, ha sido en Ginebra entre 1541 y 1564 bajo la dirección de Calvino, cuyo sistema se convirtió en el modelo de la mayoría de las comunidades fundamentalistas y puritanas de Holanda, Inglaterra y Estados Unidos. (ver puritanismo)

El principio supremo del Estado teocrático radicaba en la afirmación de que el derecho y la ley de la comunidad están escritos en la Biblia. La interpretación de esta ley es tarea de los pastores y de los mayores (presbíteros). La autoridad terrenal también está subordinada a su órgano supremo (en Ginebra, el Consistorio). Esto suponía implantar una teocracia (poder de Dios) como en el antiguo Israel.

La asistencia a la misa se hizo obligatoria y la virtud se convirtió en ley. El placer o, según se mire, el vicio quedó prohibido. Concretamente, se prohibieron las canciones indecorosas, el baile, el juego, el alcohol, los bares, los excesos gastronómicos, el lujo, el teatro, los cortes de pelo llamativos y la ropa indecente. Se determinó el número de platos que podía tener una comida. Los adornos y las joyas resultaban tan molestos como los nombres de santos, ante los que se prefería nombres bíblicos como Habacuc o Samuel. Sobre la prostitución, el adulterio, la blasfemia y la idolatría pesaba la pena de muerte. Sin embargo, Calvino permitió el préstamo de dinero a cambio de intereses, siempre que éstos no fueran abusivos.

La idea de la elección por la gracia, la importancia de las Sagradas Escrituras, la relevancia concedida no a la conciencia sino a la ley, y la autorización de prestar dinero a cambio de intereses, aproximaban a los calvinistas al pueblo de Israel, al tiempo que los distanciaban de los luteranos. Pero, sobre todo, hicieron perder terreno al antisemitismo, consiguiendo que en los países en los que caló el calvinismo, como Holanda, Inglaterra y Estados Unidos, el antisemitismo fuera insignificante a diferencia de lo que ocurrió en España, Francia, Memania, Polonia y Rusia.

El régimen de Calvino en Ginebra era totalitario. Los mayores y los pastores, verdaderos policías de la moral, controlaban cada movimiento, tomando declaración y expulsando de la ciudad a los que incurrían en alguna falta.

Sin embargo, la fama de Ginebra se extendió por toda Europa. Los viajeros quedaban encantados al comprobar que en la ciudad no había ni robos, ni vicio, ni prostitutas, ni asesinatos, ni enfrentamientos entre partidos. Escribían a sus casas diciendo que allí la delincuencia y la pobreza eran desconocidas. Lo que reinaba era el cumplimiento del deber, la pureza de costumbres, la caridad y la ascesis mediante el trabajo.

Pues, según Calvino, uno de los mandamientos del Señor era éste: el hombre no ha de desaprovechar inútilmente el tiempo que Dios le ha dado, y silo hace, esto es un signo de que se condenará. Si, por el contrario, lo aprovecha debidamente en el trabajo, esto significa que está entre los elegidos. Si ve aumentar su dinero como resultado de su trabajo, esto también indica que es uno de los elegidos, lo que convence siempre a los afortunados.

Consecuencia: el calvinismo armonizaba perfectamente con los intereses comerciales de Ginebra, con el capitalismo en general y con la búsqueda del éxito propia del norteamericano. Así nos lo enseña Max Weber, el padre de la sociología alemana, en su libro sobre La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Por lo tanto, si el luteranismo había posibilitado el matrimonio entre la religión y el Estado, el calvinismo hizo posible el matrimonio entre la religión y el dinero.

La Reforma ayudó al nacimiento de la modernidad.